La fragilidad de la civilización
Publicado originalmente el 19 de Enero 2020, pero en vista de los disturbios en Lastarria este viernes 20 de Noviembre 2020, vale la pena recordarla.
Cualquier hombre adulto de pelo corto corre peligro de muerte en el Centro de Santiago
El viernes 17 de Enero a las 21:30 horas en la esquina de Mosqueto y Monjitas, mi madre y yo, quienes íbamos a tomar el metro, nos encontramos, en cambio, con la barbarie total, unos cuantos metros cuadrados, donde la civilización se había retirado.
Escucho un grito enfurecido ¡ES PACO! y ambas vemos como, en menos de 2 segundos, entre 5 hombres adultos (sin encapuchar) agarran a un transeúnte, lo tiran al suelo de una patada en la espalda y empiezan a patearle la cabeza, tratando de reventársela, la imagen me hace pensar en la guillotina. La sola acusación de alguien en la multitud, se convirtió en una condena a muerte.
Huelga decir, que el asesinato es un crimen y jamás se justifica, no sé la ocupación del caballero en cuestión. Lo único que lo condenaba era su pelo corto (el corte clásico, tan común en el país), es más, él hubiera podido tener tatuado ACAB en los pectorales y eso no hubiera detenido a quienes con tanta determinación intentaron asesinarlo. La acusación de ser Carabinero, era más que suficiente para romperle el cráneo a patadas.
Habían entre 30 y 50 personas mirando, con indiferencia, como si estuvieran viendo la escena por televisión. Y me puse a gritar: ”Asesinos, lo van a matar”, “paren, paren, no lo maten”, etc. Mi madre gritaba: “Somos todos seres humanos”, mientras nos tratamos de interponer las dos, entre los asesinos y la víctima.
Una mujer joven me interpeló, solo gritaba “Es que es paco”, una y otra vez, como si fuera un argumento irrefutable, para ejecutar espontáneamente peatones de pelo corto y yo le gritaba de vuelta “Y tú eres una asesina”. Mi plan, era darle al pobre hombre la posibilidad de escapar, y entonces nosotras hacernos escasas con premura. Él se logra parar y corre 15 metros y lo vuelven a agarrar. Nosotras nos volvemos a interponer, fueron segundos tensos, afortunadamente detrás de nosotros tres, se abre una puerta y sale la señora de la víctima, quien interpela gritando histéricamente a la multitud: ¡Es mi esposo! ¡Es mi esposo! y logra entrarlo al edificio.
A continuación, la turba trata de echar abajo el portón. Era el momento de escapar y lo aprovechamos entrando raudas al metro.
Cierro mi relato expresando mi preocupación por lo que está pasando en Chile, y reafirmando lo que ya sabemos: que el mal es banal, y que en ciertos barrios a ciertas horas, dos palabras: “es paco”, es una condena a muerte.
Beatriz Sotomayor Arancibia
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