El movimiento anti-vacunas y la anti-ciencia como amenaza para la Salud Pública
Fuente: Fernández-Niño JA, Baquero H. El movimiento anti-vacunas y la anti-ciencia como amenaza para la Salud Pública. Rev Univ Ind Santander Salud. 2019; 51(2): 103-106. doi: http://dx.doi.org/10.18273/revsal.v51n2-2019002
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El movimiento anti-vacunas no es sino una consecuencia más del anti-intelectualismo, y del subsecuente fortalecimiento de la seudociencia, incluso en los países más desarrollados. La corriente anti-intelectual, y dentro de ella, la anti-ciencia, es muy antigua. Los filósofos naturales, los ilustrados del renacimiento, los evolucionistas o más recientemente, los científicos que estudian el cambio climático han tenido que enfrentarse históricamente, a hostigamientos, desprestigios y ataques sin bases lógicas, provenientes de diversos movimientos sociales, incluyendo: la religión organizada, grupos políticos reaccionarios al progreso, e incluso, no pocas veces, emporios económicos, cuando los hallazgos o teorías científicas han comprometido sus agendas o intereses.
Sin embargo, los movimientos anti-científicos del siglo XXI son diferentes en al menos dos aspectos a sus predecesores. En primer lugar, sus motivaciones no siempre están alineadas con los intereses económicos o de control bio-político, y, en segundo lugar, porque ahora el internet les permite que se expandan y organicen en redes acéfalas, donde pueden difundir y perpetuar sus ideas1; además sus creencias se nutren de noticias falsas o testimonios anecdóticos no verificables, que rápida y eficientemente pueden difundirse para continuamente estar reclutando o radicalizando seguidores. Lamentablemente, los científicos no siempre disponen del tiempo, las herramientas de convencimiento o el interés para deliberar con estos sistemas de creencias, por lo que terminan, como sano mecanismo de defensa, displicentemente ignorándolos con la no deseada consecuencia del fortalecimiento social de la anti-ciencia y la seudociencia en el discurso público.
De forma más general, el sentimiento anti-científico, la tecnofobia y la desconfianza en las instituciones, como determinantes de la seudociencia, obedecen también a las frustraciones colectivas por el limitado acceso a información o peor aún, por la escasa participación en la toma de decisiones del público general, derivadas a su vez de sus limitaciones para comprender el conocimiento técnico-científico disponible, pero sobre todo sus bases lógico-racionales. Lo anterior termina convirtiéndose en un terreno fértil para que las teorías conspirativas se vuelvan sucedáneos al conocimiento empírico científico, y terminen psicológicamente dignificando al supuesto excluido del conocimiento, al hacerle pensar que hay algo que él sabe que los demás no, y que es su deber informarlo a todos. Esto, por ejemplo, ha sido descrito recientemente en el caso de las vacunas como un efecto psicológico de Dunning-Kruger, donde aquellos más hostiles a ellas son justamente las que menos entienden sus fundamentos2. Es esperado entonces que estos sistemas seudocientíficos logren cautivar más fácilmente a las personas con menos competencias en pensamiento crítico, exponiéndonos peligrosamente al error simplista de catalogarlos a todos como ignorantes, cuando el problema es más complejo y estructural. Sí bien parece claro que existe un estilo cognitivo que favorece la creencia en teorías conspirativas, sus bases pueden comprometer también valores, ideologías, sentimientos, posiciones políticas, creencias religiosas y frustraciones colectivas, de modo que comprender las bases del éxito para la difusión de estos sistemas de creencias constituye por sí mismo un reto de investigación, siendo indispensable entenderlas primero para poderlas combatir3.
Las teorías conspirativas, como sistemas explicativos alternos, parecen ser exitosas socialmente porque proveen explicaciones para lo que no se comprende, o no quiere comprenderse racionalmente, reivindicando prejuicios y creencias que necesitan psicológicamente ser ratificados continuamente. Generalmente se trata de entramados complejos de complots, secretos, amenazas y riesgos, en los que las personas encuentran satisfacción al sentirse como iluminados, asumiendo incluso en muchos casos la misión de vida de hacer algo al respecto. La militancia activa entonces se vuelve común en estos movimientos. Parte del problema para la deliberación pública con las personas que defienden estas ideas, es que, al no tener sus afirmaciones una base lógico-racional, no siempre apreciarán a los argumentos racionales como contraparte. Mientras tanto pueden recurrir al miedo, los prejuicios y emociones para incrementar su penetración social, y su influencia política, con consecuencias diversas, y a veces impredecibles.
Las personas, por ejemplo, que, en el siglo XXI, aún creen que la tierra es plana pueden terminar siendo inofensivas aparentemente, pero los negacionistas del cambio climático y los de los movimientos anti-vacunas están colocando directamente en riesgo la Salud Pública (Figura 1); su peligro aumenta a medida que logran más seguidores pues terminan influyendo en decisiones individuales y políticas que nos afectan a todos. La opción de desestimar estos sistemas de creencias sin deliberar ante ellos ha sido un gran error; la falta de debate además de terminar legitimando en cierta medida la pseudociencia, le otorga la ventaja de no exponer sus contradicciones, sus fallas lógicas, la ausencia de evidencia de sus afirmaciones y, sobre todo, las consecuencias de dar sus afirmaciones como ciertas.
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