Libertad, una última esperanza


¿Podemos evitar un monopolio constituyente por parte de los exaltados de la convención? 

Si, se puede, es difícil, pero les contaré como.

El 18 de Octubre 2019, Chile sellaba su destino inevitable: el fin de la era liberal.

Los hechos que le siguieron fueron solo un efecto dominó ineludible, y lo que se viene en un futuro próximo, se ve igual de irremediable, sin embargo, lo que nos distingue a los seres humanos, en la lucha incansable por forjar nuestro propio destino. 

Más de treinta constituyentes, antes siquiera de comenzar a sesionar, exigen que la convención constituyente se declare autónoma y soberana, desconociendo los acuerdos de limitación a su poder, de acuerdo a los cuales, los ciudadanos les mandatamos en el plebiscito de entrada. 

Estos entusiastas jacobinos, necesitan recordar, que el texto que ellos escriban, no tendrá poder alguno, sino hasta después del plebiscito de salida. Momento en el cual la ciudadanía optará por dos proyectos constitucionales probablemente muy diferentes, por un lado, el actual texto constitucional que regirá al menos hasta el plebiscito de salida y por el otro, el texto redactado por la recién electa convención constituyente. 

De modo paralelo, en el otro extremo, el intelectual libertario Axel Kaiser, llama a saltarse el proceso de diálogo que recién comienza, declara con certeza irreductible: “la Constitución está perdida” y desde ya alienta a armar una campaña del “No” contra la nueva Constitución. De acuerdo a él, habría que votar por el “Rechazo” previo a haber leído el texto siquiera.

Es necesario dar crédito cuando es merecido y hay que reconocer que en algo tiene razón Káiser: no se negocia con un león, cuando tienes la cabeza en su boca. Sin embargo, repetir la estrategia del rechazo, y confiar que está vez si, si será exitosa, solo es asegurar una derrota en el plebiscito de salida, aún más amarga —si se puede—, que la que sufrieron en el anterior plebiscito de entrada. 

Recordemos que uno de los primeros voceros por la opción del Rechazo fue el Diputado Diego Schalper, quien prometía “Rechazar para Reformar”. Sin embargo, el mensaje no era creíble, la estrategia a seguir para la derecha es la misma, pero al revés; “Reformar para Rechazar”, ya que en la propuesta inicial del parlamentario no se le daba ninguna garantía creíble a la ciudadanía de dichas reformas, más allá de confiar en que los típicos políticos de siempre, está vez sí, cumplirán sus promesas.

Yo vote por el apruebo, lo declaro sin arrepentirme, era una opción para la que habían garantías de sobra, como por ejemplo los dos tercios de quórum y el mismo sistema electoral de los parlamentarios, que era ya conocido, lo que permitía proyecciones razonables de un resultado equilibrado. 

Era un escenario muy posible, pero que no se hizo realidad —sin contar circunstancialidades como crisis sanitaria o el penoso debate por los retiros provisionales—, por tres grandes problemas políticos:

1. La fuerte división en la derecha entre Apruebo y Rechazo, que generó rupturas que tardaron mucho en recomponerse.

2. La confianza injustificada del electorado de derecha, centro-derecha y centro, en el monopolio de los partidos políticos de Chile Vamos.

3. La inexistencia de listas independientes de derecha, que dieran una alternativa al electorado desencantado con los partidos políticos.

Las dos grandes coaliciones fracasaron estrepitosamente, tanto Vamos por Chile (Republicanos, UDI, RN, Evópoli), como la Lista del Apruebo (DC, Ciudadanos, Partido Radical, PPD, PS, Partido Liberal, Nuevo Trato). Sin embargo, la centro-Izquierda tuvo a “Independientes No-Neutrales” como opción alternativa y la izquierda más dura ofrecía  a los más descontentos “La Lista del pueblo”. 

El resultado de las elecciones descompensó las fuerzas de la convención, dejando a la derecha, la centro-derecha y al centro, sin poder de negociación. Esta distribución de fuerzas no pasó desapercibida, como ya lo dejó claro el constituyente más votado de Chile, quien afirma que los grandes acuerdos los van a imponer ellos, la izquierda radical.

La extrema arrogancia demostrada, no se justifica, recordemos que fue una elección donde participó sólo el 43% de los ciudadanos y ciudadanas. Todos los convencionales elegidos individualmente son respaldados por menos de dos millones de votos en total. Cantidad insuficiente para que quienes quieran declararse soberanos —sin respetar el Estado de Derecho— fundamenten sus pretensiones.

El próximo parlamento, al parecer, se elegirá con voto obligatorio, al igual que el próximo Presidente de la República, lo que ante la ciudadanía les legitimará con mayor fuerza que a nuestros actuales poderes ejecutivo y legislativo, que a estas alturas están totalmente desacreditados ante la opinión pública. Estimó que la participación con voto obligatorio, para noviembre próximo, será sobre los 11 millones de ciudadanos . 

Considerando el bienestar de la República, es importante que los poderes estén equilibrados, por eso es preocupante que la facultad constituyente se encuentre desbalanceada, poniéndonos en un peligro evidente, y me atrevería a asegurar, en necesidad de un esfuerzo concertado para salvaguardar nuestra democracia.

No es demasiado tarde, pero para que la libertad tenga esperanzas en nuestro país, se requerirá mucho sacrificio e inteligencia, generosidad para dejar los egos de lado, y un esfuerzo perseverante para hacer las cosas bien. 

Es necesario llegar a las presidenciales con un candidato competitivo, centrado, ojalá independiente o perteneciente a nuevas fuerzas políticas, capaz de convocar a grandes mayorías. Es la única manera de frenar las ideas extremistas que se están tomando no solo nuestro país, sino también, el continente entero. 

Es la única forma posible de evitar que ganen las fuerzas que quieren imponer su visión, sin diálogo alguno y destruir todo lo construido, por todos nosotros, con tanto esfuerzo.

Incluso si evitamos que ganen la presidencia, eso no servirá de nada, si no tenemos además de un Presidente con convicciones firmes de libertad, que sea capaz de llegar a grandes acuerdos democráticos y que conecte con la ciudadanía. Además necesitaremos un parlamento con convicciones similares. 

Quienes creemos en la libertad, necesitamos tener mayoría en el congreso. Para lograr este objetivo debemos aprender a competir cooperativamente, quizás en dos o tres listas, que incluya a militantes de partidos tradicionales, de partidos nuevos e independientes, sensibilidades de derecha, centro-derecha y centro, oficialistas y oposición razonable, gente que apoyó el apruebo o el rechazo, pero sobre todo, liderazgos nuevos. 

¿Para que? Para plantear desde esta nueva legitimidad, la de un congreso recién electo, elegido con voto obligatorio, y por tanto, con alta participación ciudadana, una alternativa constitucional creíble y deseable. Una que solo se podrá concretar como opción válida para la ciudadanía, si y solo si, se hacen las reformas necesarias, deshaciéndonos a conciencia de la soberbia conservadora y reaccionaria que ha demostrado la élite política estas últimas décadas, ahora con un espíritu que equilibre la voluntad reformista con la responsabilidad, que sospechamos que en las condiciones actuales no tendrá la mayoría de la recién elegida convención constituyente. 

Para eso, necesitamos una reforma constitucional en serio, que aumenta la autonomía regional y se acerque más al federalismo. Que desconcentra el poder del Presidente de la República, e incluya quizás, la figura de un Primer Ministro, acercándonos más a un parlamentarismo o un semi-presidencialismo. Una constitución donde se aseguren todas las libertades culturales y los derechos personales. 

Una constitución que mantenga el respeto irrestricto a los derechos humanos, nuestra condición de República Democrática, que continúe respetando los tratados internacionales, que asegure la propiedad privada, el derecho a emprender, la libertad de expresión, la autonomía de instituciones como el Banco Central, y que, si contempla Derechos Sociales, que estos no sean judicializables, para así, evitar quebrar las finanzas de nuestra nación. 

Una Constitución Mínima, sin amarres tramposos que evite la libre competencia, o la flexibilidad política, una que no sea el reflejo de vencedores circunstanciales por sobre las minorías. 

En síntesis, una Carta Magna, Libre y Responsable.

¿Crearía esto en la práctica dos convenciones constitucionales? 

Si, y seria algo positivo, recordemos que las constituciones se escriben para proteger a las personas de los gobiernos, en este sentido lo prioritario es preservar los checks and balances, es decir, los balances y equilibrios de poder, para evitar la tiranía de un monopolio ideológico.

Esto podría asegurar una doble victoria, por un lado, invitar al congreso a realizar reformas serias a la actual constitución, y por otro lado, darle un apoyo sólido a las fuerzas dialogantes de la actual convención constituyente, para que los sensatos tengan un argumento poderoso para moderar a los exaltados.

Y siendo optimistas, la ciudadanía podrá evaluar dos proyectos constitucionales serios, los cuales se someterían al escrutinio público en el plebiscito de salida. Por lo tanto, las personas podrán elegir entre dos alternativas razonables y responsables, ya que de no hacerlo, su opción perdería fuerza con miras a la elección del Apruebo contra el Rechazo.

Así, es posible que ambas garantizarían a la ciudadanía, que se preservará el pluralismo y la sensatez, pues nadie impondrá una sola visión extrema y autoritaria sobre todos nosotros. 

Es un camino complejo —lo se— que requiere voluntad y disposición, pero es la única salida posible para librarnos de lo que parece ser nuestro fatídico destino.

Lucas Blaset

Libres

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