La Caída del Muro y el Ascenso de la Libertad



Ayer, martes 9 de noviembre, la humanidad conmemoró los 32 años desde la Caída del Muro de Berlín. Fecha que puede ser vista localmente como la “Reunificación Alemana” o globalmente como el “Inicio del Fin de la URSS y la Cortina de Hierro”. Pero es importante señalar la trascendencia histórica de un evento como este.

Para el Día de Navidad de 1989, al Maestro Leonard Bernstein se le encomienda la misión de dirigir la celebración de la caída de ese muro de la infamia, participaron músicos de todo el mundo y el coro fue compuesto por sopranos, mezzosopranos, tenores y bajos de ambos lados de la actual República Reunificada, “die Deustsche Bundesrepublik” (la República Federal Alemana, también famosa por ser el nombre de la Alemania Occidental y el nombre vigente de Alemania).

La pieza de música seleccionada para este gran evento fue la 9ª Sinfonía de Beethoven quien se inspira en el poema de Schiller "An die Freude" Oda a la Alegría. En esta adecuada y asertiva selección musical, el Maestro Bernstein quiso dejar su huella dada la ocasión y le pide a los cantantes líricos que reemplacen "Freude" (alegría) por "Freiheit" (libertad), como aquel regalo de los dioses gestado en los idílicos Campos Elíseos, para el goce y la unión de la humanidad.

El sutil, pero necesario cambio que conmovió hasta las lágrimas a la audiencia y a luego a la humanidad, tiene su origen en la empatía.

Empatía del director por una nación que sufrió por décadas el azote de un muro gestado en la infamia, que si bien su estructura física era de hormigón y acero, sus cimientos ideológicos eran putrefactos.

Un muro que dividió familias, secuestró a media nación por décadas y que para su mantención requirió torres de vigilancia, francotiradores, kilómetros de alambres de púas y perros entrenados para atacar a cualquier persona que se acercara a la frontera.

Todo esto en nombre de la sumisión y de subyugar a la población. Todo esto en nombre de los enemigos de la libertad.

Pero ahí está el error de los liberticidas, creer que pueden restringir la libertad. Aquellos que se creen dueños de la libertad de otros se caen de arrogantes y crédulos. Arrogantes en el sentido de creer que ellos tienen la facultad de negar el derecho natural a las personas y crédulos en asumir que van a poder sostener esa situación por el tiempo que quieran sin oposición.

La historia no recuerda gratamente a los opresores, pero si agradece a quienes se opusieron a la opresión, es por eso que los tiranos requieren del uso de la fuerza constante y permanente para mantener su poder y restringir a las personas.

Es por eso que aquel muro se irguió con muertos que querían escapar de la opresión, tuvo que ser violentamente protegido y mantenido para no ser cruzado y cuando cayó no hubo personas atacando a personas, no hubo odio ni hubo violencia, solo estuvo la voluntad de los ciudadanos en ver ese armatoste colosal de odio, represión y violencia caer.

Ese día 9 de Noviembre de 1989 cayó un muro y se escuchó en todo el mundo (particularmente en las naciones sometidas por la Cortina de Hierro) un estruendo, pero no para alarmarnos, sino para llenar a toda la humanidad de esperanza, con el mensaje de que no importa que tan colosal sea la tiranía ni detrás de cuánta violencia se esconda, el clamor por la libertad siempre los hará caer.

Hoy a los 32 años de tan noble acontecimiento debemos honrar la memoria de los caídos, pedir disculpas por acoger a los victimarios, ser siempre vigilantes de las nuevas y refinadas estructuras que se diseñan para coartar libertades y dispuestos a levantarse contra ellas y al igual que el pueblo alemán en 1989 echarlas abajo.

 

Ignacio Rodríguez Rückert

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