El amor, una realidad humana: Una aproximación fenomenológica al amor
La intención de este ensayo es explicar el por qué los procesos de vinculación socio afectiva -amor- no es posible explicarlos partiendo del paradigma del amor como un mero sistema de códigos socioculturales, universalista y desvinculado del contexto humano real de los procesos afectivos.
Primero empezaremos por explicar por qué es que el amor no es una sustancia o una esencia, ni un acaecimiento universal. Es decir, el amor no es un algo que exista más allá de los individuos, no es una fuerza cósmica o esencia universal. No es una conducta biológicamente predeterminada ni mucho menos un sentimiento universal. Lo que llamamos amor es el resultado de identificaciones proyectivas y de procesos de vinculación socio-afectivos y eróticos. Y, dado que cada identificación y en cada vinculación se darán en función de distintos elementos que entren en juego y de diferentes grados, cada vinculo, cada enamoramiento será particular y distinto a los demás. Profundizando un poco más, a lo que le llamamos amor es la conjunción de varios elementos: vinculaciones que se dan en diferentes aspectos y en diversos grados, la cantidad de cosas que se comparten y la profundidad en que se comparten; la confianza en diferentes sentidos, la compatibilidad y las formas en que el otro y el sistema o la relación nos construyen. Pues fungirán como referencia de lo que somos, como marcos referenciales y espejos. Así como, a la inversa, la forma en que nosotros y la relación (sistema) construimos al otro al fungir como referencia de lo que el otro es con nosotros, ante nosotros y a través de nosotros. Estos elementos, lógicamente varían en cada relación, como ya hemos mencionado más arriba. Pues en cada relación se dan diferentes conjunciones de elementos y en grados muy diversos, por lo que no puede haber un amor universal o ser igual en una relación que en otra; ni tampoco podrá ser tampoco igual en una misma relación a lo largo de ésta, ya que las personas son seres orgánicos, plásticos, dinámicos y cambian constantemente y con esos cambios, cambian naturalmente los puntos de intersección, los elementos de vinculación y los parámetros de identificación proyectiva.
Variarán a lo largo de la relación los elementos vinculantes, así como el grado y el sentido en que éstos serán una condición de vinculación. Además, con el tiempo, se modifican las circunstancias y contextos alrededor de la relación y de quienes la integran. Hay cambios interpersonales e intrapersonales, con lo cual los elementos que se conjugan, que se intersectan cambian ineludiblemente, así como cambia el grado en que cada uno de esos elementos se da en la relación. Por todo ello es imposible que no sufran cambios las dinámicas interrelaciónales. Por ello el amor con el que una relación empiece, nunca será el mismo. Se modificará al igual que todo organismo vivo sufre modificaciones. No se puede pretender que el amor (la intersección y conjunción de elementos vinculantes y proyectivos) se mantenga eternamente en el mismo estado y con exactamente la misma conjunción de elementos y las mismas características relacionales. Es poco objetivo pretender que algo que es parte de una esfera multifactorial, multicontextual, multivinculante y vertiginosamente dinámica, se mantenga sin ninguna variación e igual para siempre o durante el lapso que se pretenda que dure la relación (ya sea más de uno o dos encuentros, un par de años o toda la vida). Simplemente no se puede pretender, contra toda lógica y evidencia, que el sistema y los elementos que lo conforman no sufran ningún tipo de cambio. Para ello, para lograr una relación funcional de requiere de una interpelación suficientemente plástica. Y para ello deben buscarse mecanismos para conseguir una adecuación sensata y sana en la cual esa intersección de elementos, así como el grado en que se presenten dichos elementos se logren en un nivel positivo. Esto se puede lograr a través de la adaptación a contextos y circunstancias variantes, la capacidad de generar campos semánticos emergentes y de nuevas intersecciones semióticas que permitan resignificar y reconceptualizar de formas más eficientes las circunstancias que se vayan presentando y las que ya han sucedido y requieran de una mejor asimilación; así como el desarrollo de mecanismos de contingencia que, por diversos factores, se requieran para procesar de la mejor forma las diversas situaciones. Se necesita de igual forma que se logre dotar de suficiente plasticidad a la relación, de manera que esta sea capaz de reestructurarse en función de los procesos intersubjetivos e intra psíquicos en constante reconfiguración. En general, es trascendental desarrollar una buena adaptabilidad para reconstruir constantemente la relación partiendo del reconocimiento de la inevitable variación de elementos vinculativos y con la conciencia de que pueden desaparecer unos y entrar a juego otros que antes no existían o que aún no se habían amalgamado; al igual que es trascendental tener presente la variación del grado y sentido de tales elementos para así desarrollar estrategias eficientes a través de las cuales la gestión e interpretación de dichos elementos se reactualice y optimice constantemente. En suma, lo óptimo será una relación que funcione como un sistema orgánico en constante adaptación y transformación, tanto respecto a sus procesos internos como respecto a su interacción con el mundo exterior y circundante a la relación. Hay que ser objetivos y reconocer que no siempre se lograra mantener un nivel positivo de intersección de elementos, así como un óptimo grado de éstos. Cuando esta óptima intersección llega a terminar, no hay por qué conflictuarse ni dejarse llevar por la desesperación. Las cosas duran lo que son capaces de durar y no tienen por qué estar obligadas a durar ni más ni menos.
La mejor forma de mantener relaciones positivas es dejar de creer que existe una extensión y una estructura inherente, natural, correcta, universal o adecuada. No existe ni ha existido ni existirá. En cada relación deben descubrirse las formulas, la extensión y las estructuras adecuadas. Los esquemas socio culturales que pretenden determinar lo que es una relación, como debe desarrollarse y cuáles deben ser los parámetros para cumplir, son completamente artificiales y antinaturales. Son estándares falsos que no corresponden con la realidad humana y tan solo llevan a la frustración y al fracaso en las relaciones. Ya sean de una noche o de toda la vida. Cada relación es una intersección única e irrepetible que está más allá de su misma finitud semántica y paradigmática; y que ofrece la oportunidad de crear un nuevo modelo, una nueva perspectiva y un nuevo sistema que se ajusten a las verdaderas necesidades de esa intersección que se da entre esos dos seres humanos en particular en ese contexto y circunstancias particulares y únicas. Hay que darnos la oportunidad de vivir cada relación de manera plástica, dinámica, libre y flexible. Hay que darnos la oportunidad de descubrir en cada relación y en cada etapa de cada relación, las diferentes y nuevas formas de plantearla, de formularla y de construirla. No tiene sentido vivir un copy paste para cumplir los estándares de los sistemas semióticos socioculturales hegemónicos. De cualquier modo, no es humanamente posible ni termodinámicamente posible mantener estáticamente un sistema ni replicarlo idénticamente. Y, al final, los involucrados acabaran en una espiral negativa y toxica; ahogándose en sí mismos y frustrándose al forzarse a ir contra su proceso natural y sus necesidades individuales. Se requiere objetividad y reconocer nuestra realidad humana y la realidad humana de la otra o las otras personas involucradas y aceptar las direcciones de cada cual para de ahí partir y plantear las dinámicas verdaderamente sensatas que lleven a una realización sana y constructiva, siempre conscientes de que, en cualquier momento, cualquiera puede cambiar su dirección. Y con ello, la única actitud ética será reconocer la necesidad de replantear la relación, de reformularla o concluirla sanamente. Y para ello se requiere de un profundo y responsable dialogo que permita abordar las problemáticas de la dinámica y de cada uno de los integrantes de la forma más humana y ética posible. El amor se puede vivir con verdadera pasión cuando se tiene la suficiente honestidad y ética para reconocer y asumir la naturaleza de cada uno de los seres humanos involucrados. De otra manera, el amor se vuelve un trajín de reproches, rencores y abusos. Acabando en una dialéctica tiránica de amos y esclavos en la que constantemente se cambian los roles. Entre las muchas cuestiones con la potencialidad de causar conflictos en las relaciones, tenemos el tema de la verdad. Un tema complejo pero fundamental, por lo que a continuación intentaremos abordarlo brevemente. Generalmente se cree que una de las condiciones sine qua non del amor es el que exista una especie de estado de verdad absoluta, de absoluta transparencia y ausencia de individualidad, de tal forma que con ello se pueda evitar la incertidumbre respecto al otro y se mantenga un control estricto sobre lo que en el otro sucede a todos los niveles, incluso al nivel de fantasías y pensamientos más íntimos. Sin embargo, esto es tremendamente errado, pues ello no tiene nada que ver con el amor, sino meramente con la inseguridad y jamás lleva a relaciones sanas. Todo lo contrario, ese tipo de dinámicas lleva a las relaciones más tóxicas, invasivas, agresivas y coercitivas. Dinámicas de las que siempre será sano mantenerse lo más alejados posible. De hecho, el amor no se basa en la demanda de la verdad absoluta y universal del otro, pues para empezar el otro nunca tiene acceso a su verdad absoluta. Primero por que vive inmerso en su horizonte subjetivo de percepción y, además, es siempre un ser inacabado, en construcción, en camino de nuevas verdades y nuevos horizontes. Por lo que sería falso creer que se puede comunicar la verdad absoluta sobre uno mismo, ya que nunca llegamos a conocer la verdad sobre nosotros mismos e incluso, y debido a que todo en el universo se está reformulando constantemente incluidos nosotros, ni siquiera existe una verdad absoluta sobre uno mismo ni sobre nadie. Por lo que sería absurdo pretender que se comunique tal cosa como “una verdad absoluta”. El amor como totalidad, como forma de totalización del otro a los criterios de verdad que yo poseo, que yo quiero imponer, es querer reducir al otro para así poderle controlar y predeterminar. Evitando que se salga de mi control, evitando que yo sienta incertidumbre e inseguridad. Es decir: Reducir al otro a la totalidad de un modelo parcial, reduccionista y condicionado que puede estar muy lejos e incluso ser incompatible severamente con la realidad humana del otro, e incluso muy lejos de la realidad de uno mismo, pero que me permite controlarlo y sentirme con mayor seguridad y control. Lo cierto es que el ser humano merece y necesita un espacio privado en su realidad personal, pues de otra manera se acabaría en la mutua asfixia. Debe, por ello, haber siempre un campo personal que quede al resguardo del conocimiento del otro, de la mirada del otro, del poder del otro. El amor como infinito es construir una relación con una estructura plástica, en función de la realidad personal, semántica, contingente y circunstancial de los involucrados, buscando llegar a una relación que se estructure en función de un código que no sea ajeno a la realidad personal de estos ni ajeno a las necesidades interrelaciónales de ambos.
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