Dialéctica del deseo: Crónica de la dialéctica del deseo en una relación swinger


“Si llevamos una máscara y el otro también lleva una, no se trata de una relación, sino de un baile de máscaras” D’ansembourg

La intención de este texto es abordar la dialéctica del deseo en las relaciones swinger. Para ello, recurriré a una crónica ficticia por medio de la cual se irán planteando los elementos centrales de los procesos simbólicos, afectivos, eróticos y relacionales que entran en juego en las dinámicas swinger. Lo narrado por nuestros personajes ficticios es en realidad el resultado de la recopilación de testimonios brindados, para este artículo, por varias parejas que han participado en este tipo de dinámicas, y que deseaban compartir sus conclusiones sobre lo que para ellos ha significado la experiencia de la práctica del swinger. Para que a quienes les interese el tema del swinger, puedan conocerlo más a fondo

Empecemos por que es el deseo acorde a estos testimonios. El deseo en las dinámicas sexuales, según nos dejan ver estos testimonios, es un proceso semiótico en el que los actantes transmiten significados por medio de juegos transferenciales basados en y condicionados por valores, códigos y parámetros aprendidos. toda interacción erótica es en el fondo una interacción simbólica y está siempre condicionada por las rutas socio-afectivas que los interactuantes posean. Desde esta perspectiva, tanto el placer como la vinculación siempre se darán en función de la relación dialéctica entre los siguientes elementos: la dimensión simbólica y de sentido, los parámetros de las rutas socio-afectivas y la dimensión fisiológica. Sin la exitosa conjunción de estos factores en la intersección” interrelacional de los interactuantes, será poco plausible lograr una plena dinámica afectiva-relacional-sexual. Por ello, lo vinculativo y lo simbólico es en donde reside el secreto del éxito de toda relación y, en especial, el éxito de las relaciones swinger.

Para comprender mejor estas cuestiones, recurriremos al testimonio de nuestros personajes Paul y Simone, quienes nos guiaran paso a paso a través de sus experiencias más íntimas -psicológicamente hablando- durante sus encuentros swinger.

Paul nos cuenta que la base de una relación abierta es la capacidad para separar entre el lugar afectivo-simbolico-erotico-relacional que simone tiene en su mundo, del lugar que pueden ocupar otras parejas. Nos cuenta que cada persona tiene un lugar único e irremplazable, que cada relación es un punto de intersección semántica único; irrepetible e invaluable, un rizoma; y que en la medida en que ambos han aprendido a respetar y procurar esos espacios psicológicos simbólicos, afectivos, eróticos, interrelacionales, etc.-, sin empalmarlos, es que han logrado que tanto entre ellos, como con las demás parejas con quienes interactúan, se sientan, en la medida de lo posible, seguros, amados y procurados. Simone por su parte nos comenta que la excitación durante un intercambio swinger, surge no tanto del intercambio per se, sino de su dimensión simbólica, de en lo que en ese momento Paul se convierte para ella. Del sentimiento de confianza, apertura, autenticidad y honestidad que entre ambos se da en esos momentos. Nos dice Simone que cuando está realizando un intercambio de parejas, el deseo que se pone en escena no es el deseo de ella como algo aislado, independiente y autónomo, sino el dialogo de su propio deseo con el deseo de su pareja y el deseo de aquellos que les rodean y con quienes interactúan. Para ella, en esos momentos la pregunta sobre el deseo no es solamente ¿Qué quiero?, sino ¿Qué quieren los otros de mí? ¿Qué ven en mí? ¿Qué soy para ellos? Nos confiesa que cuando está en pleno intercambio, se siente inmersa en una compleja red de relaciones. Y esto constituye una especie de catalizador y de campo de cultivo para el deseo, el de quienes le rodean, el de su pareja y el suyo. Reconoce que el deseo de los otros crea un fuerte marco de referencia a través del cual se construye ella misma como sujeto-objeto erótico. Este carácter intersubjetivo de “la mirada” de los otros, nos dice Simone, no es simplemente el resultado de la satisfacción directa y autorreferencial de un deseo dado. Para ella, de lo que se trata realmente es del ejercicio de construir la identidad de un sujeto-objeto a través del poder, la valía y la relevancia simbólica para el otro, para los otros, que puede ofrecer este tipo tan particular de dinámicas. Sobre todo, son importantes los elementos identitarios que ofrece el ser un ser que goza y un objeto de goce, y que, en particular, goza plenamente del juego del intercambio que implica ciertamente el intercambio sexual, pero también el intercambio simbólico, el intercambio erótico, el intercambio de deseos y el intercambio socio-afectivo. Es decir, la potencialidad de las dinámicas de intercambio como un marco referencial para la construcción de la propia identidad al convertirse a la par en un objeto deseo y en un sujeto que desea.

Por ello, para Simone, no hay relación sexual sin dimensión simbólica y de sentido. Ni mucho menos hay relación sexual fuera del orden simbólico de ese juego erótico-afectivo-relacional que constituye a toda dinámica de intercambios de parejas. Concluye, al respecto, que la relación sexual consiste siempre, en el fondo, en una relación simbólica y, por ello, solo es posible que una relación sea plena en la medida en la que nuestra pareja establezca un dialogo profundo y amplio con esa dimensión simbólica y de sentido. Por su parte Paul nos comenta que, para él, el amor, el deseo, lo erótico lo sexual y lo sensual no son simples conglomerados de emociones, sino emociones ordenadas, narradas y orientadas. Instrumentos a través de los cuales se configuran las relaciones y las dinámicas. Paul considera que los sentimientos narran a las emociones y así prescriben, proscriben, enmarcan, axiologizan, critican y razonan unas articulaciones particulares de emociones; definen a que objetos pueden aplicarse, a que sensaciones han de asociarse, los contextos en los que deben o no surgir, el modo como deben aparecer y expresarse, y el valor social que han de tener, quienes pueden experimentarlos y/o manifestarlos, y cuáles son los usos socialmente aceptados para ellos. Y por eso, es muy importante ser consiente de los esquemas mentales que se tiene al respecto, antes de iniciar una relación abierta.

Paul y Simone nos relatan que, así como ellos, muchas parejas que se han adentrado en el swinger, descubrieron que el matrimonio, cuando es tomado como relación instrumental, encuentra en el deber ser social un mecanismo por el que el individuo, sus pasiones, sus deseos y sus necesidades desaparecen para convertirse el individuo en un replicador sin vida, sin existencia. Tornándose un mero replicador de estructuras sociales. Así, la instrumentalidad del matrimonio como artefacto social, como deber ser, como colectividad, también comparte con la herramienta (un martillo, un bastón, etc.) la limitación de ser solamente una expresión insuficiente, muerta, artificial y no emotiva del contenido de la experiencia que en ella debe encarnar. Paul y simone nos cuentan que cada noche en que se involucran en los juegos swinger, lo hacen conscientes de que, para lograr conseguir una experiencia más amplia del amor, se debe dejar de lado la “instrumentalidad” del matrimonio o de la relación de pareja en general. Se debe dejar de lado el papel de las relaciones de pareja como un médium de lo exterior, de cumplimentación con las estructuras y de los múltiples deber ser” que demandan las instituciones sociales, las religiones y las tradiciones. Y qué, Para poder ir más allá de todo ello, es necesario un amplio paso hacia la intersubjetividad y el reconocimiento mutuo que les permita superar esos imperativos categóricos, esos mandatos, para así poder conocerse realmente a si mismos, a su pareja y a esos otros con los que entablan interacciones.  Además, nos comentan, que cuando se anteponen los juegos del ego a la relación, no hay dinámica que sobreviva. Mientras que, cuando a los juegos del ego, se antepone el reconocimiento del otro ser humano en toda su amplitud, no hay dinámica que fracasé.

Cuando preguntamos a Paul que es para él un fetiche, nos responde que el fetiche es una perversión sexual en la que la excitación está subordinada a la presencia obligatoria de un objeto, el fetiche. En consecuencia, el considera que se podría decir que el amante exclusivo es un fetiche para la pareja. Paul piensa que convertir a la pareja en el medio exclusivo a través del cual se pretenda obtener la satisfacción de cualquier aspecto es entonces un fetiche y, por lo tanto, una perversión. Pues se está convirtiendo al otro en un objeto. Al igual que el pretender ser uno mismo el objeto que de manera exclusiva satisfaga todos los aspectos, cuales quiera que sean, del otro seria, también, caer en el fetichismo. en este sentido, un fetiche seria tanto el pretender convertirse como el convertir al otro en el medio único de satisfacción.

En conclusión, Paul y Simone ven en una relación abierta la posibilidad de construir lazos mucho más fuertes, más profundos y auténticos. Pues, para ambos, la interacción sexual, ya sea en dinámicas swinger o en la intimidad de su alcoba, representa la trascendencia de la sexualidad hacia una dimensión interrelacional, profundamente humana, donde tiene lugar el encuentro con el otro y donde se establecen vinculaciones afectivas y eróticas a través de la comunicación física y psicológica. El amor y el deseo, para Paul y Simone, surgen del marco referencial que el otro ofrece sobre nosotros mismos; y de lo que el otro nos permite concebir que somos a través de él, logrando construirnos más ampliamente. Derivándose, de ello, todas las vinculaciones: afectivas, eróticas, intelectuales y etc. Y enfatizan que la ética, la responsabilidad y la empatía son lo más fundamental para ese tipo de relaciones. La conciencia del otro es la pauta sobre la que este tipo de dinámicas se sustentan, pues dada su complejidad afectiva, logística e interrelacional, se requiere de una profunda sensibilidad y de una amplia capacidad dialéctica.

Lo que permite que ese tipo de relaciones trascienda la ortodoxia, consiste en que la relación se fundamente en un profundo trabajo interrelacional y de mutuo reconocimiento, a diferencia de lo que sucede en las relaciones meramente instrumentales. Por lo que este tipo de parejas trabajan arduamente en desarrollar un contexto de mutuo reconocimiento. Ofreciendo el marco más pleno y amplio posible para construirse mutuamente; y para desarrollarse individualmente. Dándose, además, una reciproca posibilidad de experimentarse a través de la proyección, identificación y vinculación con el otro, y con otros.

Lo que hemos aprendido al conocer la experiencia de Paul y Simone es que a veces las personas no entienden que el sexo es más por lo que conlleva el aperturarse ante el otro y el otro ante uno, y por lo que implica ese juego de mutuo reconocimiento, que por lo meramente fisiológico. Comparándolo con los actos de habla, podría decirse que tiene una parte locutiva que es lo fisiológico, una parte ilocutiva que es lo que puede significar y representar, y una parte perlocutiva que serían las implicaciones que conlleve el acto en sí. El sexo nunca es solo sexo, siempre habrá una dimensión interrelacional, siempre habrá un grado de vinculación, de proyección, de vulnerabilidad, de interpenetración, una realidad profundamente sensible y humana; un enorme grado de intercambios simbólicos, de intersubjetividad, de mutua participación en la realidad y en el universo del otro. El encuentro sexual siempre será, en uno u otro grado y en uno u otro sentido, un marco de referencia para los involucrados. el sexo, y en especial el sexo que se da en el swinger, esta siempre narrado por el impacto de la mirada del otro en mis marcos de referencia, el impacto de la mirada del otro como parámetro y referencia de lo que soy, el impacto de la mirada del otro sobre mi potencialidad de ser ante mí, de ser ante mi pareja y de ser ante los otros. Y a la vez la posibilidad de poder ser a través de mi pareja y a través de los otros.

El sexo no puede ser reducido a tan solo un mero acto físico, pues siempre conlleva una interacción simbólica, social, referencial, relacional, vincular, dialógica, simbólica y de interpenetración en el más amplio sentido de lo humano. No importa que sea una noche, un año o toda la vida. Puede que cada factor se de en un grado mínimo o en un grado profundo; de manera positiva o negativa; y que la conjunción de estos factores genere muchos matices en diferentes grados y sentidos, pero siempre será un acto de interrelación compleja y profundamente humana, y no solo como mero acto fisiológico. Por lo que la calidad del sexo estará definida por el nivel y amplitud de conciencia, ética, responsabilidad y humanidad que cada uno ofrezca en cada interacción y a lo largo de toda la relación. Y no así por el grado en que se enfoque en el otro en tanto que mero órgano sexual, en tanto que mera materia carente de toda realidad subjetiva e intersubjetiva. Por lo tanto, la calidad de la relación de pareja, y la calidad de las interacciones swinger, estará definida por las múltiples dimensiones que se puedan alcanzar a través de los juegos afectivos, simbólicos, eróticos, vinculativos e interrelacionales. Finalmente, podemos decir que el swinger es una dinámica en la que se juega con la mirada del otro para construirse a uno mismo. Pero, sobre todo es una dialéctica del deseo, en donde lo que deseamos no es lo fisiológico en sí, sino el deseo del otro. deseamos el deseo del otro, deseamos la aperturacion del otro, deseamos que el otro pueda lograr un momento de parresia, de honestidad valiente en el que acepte aperturarse, en el que acepte desear y ser deseado.

Lo que deseamos es el deseo, y el swinger es una de las más puras y auténticas dialécticas del deseo.











Alfredo Tonathiu Viniegra Rodríguez

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